
El coronavirus cubrió el globo terráqueo con la misma velocidad que la ola de frío en esa temprana reflexión sobre el cambio climático que fue la película «El día después de mañana», protagonizada por Dennis Quaid. Pero no fue ficción, claro.
En Argentina, el ministro de Salud era Ginés González García. El nicoleño se consagró como uno de los funcionarios con menor visión de la historia cuando anunció que la enfermedad no llegaría a Argentina. Llegó, claro. Y con tal potencia que el 20 de marzo de 2020, el chicato ministro dictaminó Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio para el país, por orden del entonces Presidente Alberto Fernández.
Cinco años después de la irrupción de la pandemia, el período de confinamiento es un recuerdo complejo, pero amén de las vivencias de ese tiempo, la sociedad mutó irreversiblemente. En ningún ámbito la vida volvió a ser igual.
En el primer momento cerró casi todo. Se suspendió casi todo. La convivencia quedó casi por completo reducida al hogar. La vida parecía suspendida. Quien esto escribe recuerda claramente el eco de sus pasos – aún en zapatillas – por la calle yendo, cada día a las 8 de la noche, del trabajo al hogar; tanto era el silencio que había. Era la cristalización de uno de los sueños magistralmente descriptos por Stephen King en su extraordinario libro «It».
Hoy, con el diario del día siguiente, hay especialistas que sostienen que la medida sirvió, en los comienzos, para frenar el avance de la pandemia. Pero lo digan ellos o no, sabemos que quedaron resabios que persisten en la población.
Hay un consenso general de que el impacto del aislamiento se siente hoy en la salud mental de las personas, fruto de la incertidumbre, el encierro, la crisis económica y algunas violencias. Las enfermedades crónicas fueron desatendidas durante la pandemia, lo que redundó en menor expectativa de vida. Y el calendario de vacunación se fue, prácticamente, al tacho.
La pandemia también golpeó al aprendizaje, aunque en este caso, podría reconocerse como secuela positiva el habernos obligado a mirar a la cara a las falencias del sistema educativo. Pero la capacidad de relacionarse con el otro se vio afectada; sobre todo, en los más pequeños,
¿Y en el laburo? Clarísimo: muchísimas personas pasaron a trabajar físicamente separadas y eso generó un cambio personificado en – que nadie se atreva a negarlo, por favor – el placer de trabajar desde casa, lo que amplió la demanda de flexibilidad por parte de cada empleado/a. Y eso derivó en una discusión laboral que está a pleno: ¿presencialidad o virtualidad?
Triste herencia social es la brecha que se creó entre quienes ponderan el rol de la ciencia – por las vacunas y el control de la pandemia – , y quienes adhieren a teorías conspirativas, postulando un negacionismo que llevó a mucha gente a desconfiar de las evidencias y del conocimiento científico.
Cinco años del aislamiento en Argentina. Se mezclaron en un «picado» sin fin el valor de la ciencia, un despertar de la educación, un cambio de paradigma en el trabajo y el cuidado de la salud mental. No hay «gol gana» aunque haya caído el sol. ¿Acaso tuvo razón la especialista en estrés y trauma Elka Van Hoof cuando definió al aislamiento en pandemia como «el mayor experimento psicológico de la historia»?