
La historia – o «una» historia – cuenta que en 1853, por recomendación de Domingo Faustino Sarmiento, el gobierno de la provincia de Mendoza contrató al agrónomo y botánico francés Michel Aimé Pouget para que tomara a su cargo la ardua e ímproba – por entonces – tarea de mejorar la industria del vino en esa tierra cuyana. ¿Cómo haría eso el profesional europeo? Pues, introduciendo nuevas técnicas y especies vegetales.
Sarmiento presentó ante la Legislatura mendocina un proyecto para la creación de una Quinta Agronómica, que se fundó ese mismo año, con dirección de Aimé Pouget, a quien Domingo Faustino había conocido durante su último exilio en Chile y de quien admiraba su gran saber vitivinícola. Ah, sí: Sarmiento será el Padre del Aula, pero también fue gran gustador del tinto.
Así fue que don Michel cruzó la cordillera acarreando plantines, semillas y, sobre todo, 124 varietales, entre los que se encontraba el Malbec, de origen también francés. Genial injertador (se dice que produjo un durazno con sabor a frutilla), degustador de culebras como almuerzo o cena y gran anfitrión de tertulias en las que el tinto y los postres de frutillas en vino hacían delirar – en el significado literal del verbo – a muchos mendocinos que se la daban de ilustrados, Aimé Pouget acabó por cristalizar, junto a Sarmiento, una verdadera e inspiradora reforma agrícola.
Hoy, 17 de abril, se cumple un año más del ingreso oficial del proyecto de Sarmiento al Parlamento mendocino. En conmemoración de ese hecho se celebra el Día del Malbec. Hoy, cada copa de Malbec argentino encierra el aroma de una historia forjada con visión, excentricidades y trabajo. Así que, opiniones políticas aparte e independientemente de si fue «grande entre los grandes» como reza el himno creado en su nombre, a Sarmiento, por el Malbec, «honra sin par». ¡Salud!